El caso Dreyfus
Según el National Geographic, el caso Dreyfus fue un proceso mediante el cual se acusó y condenó sin pruebas a Alfred Dreyfus, capitán del ejército francés, por espionaje a favor de Alemania. Cuando se conocieron los pormenores de la cuestión, que implicaban a altos cargos del ejército y del contraespionaje francés, la justicia militar se negó a rectificar declarando inocente al verdadero culpable. Fue entonces cuando se produjo la polarización de la política y la sociedad, pues unos defendían la inocencia del acusado y otros insistían en su culpabilidad, otorgándole a los hechos tintes antisemitas y antialemanes a un nivel tal que muchos estaban convencidos de que la exoneración de Dreyfus hubiera sido sinónimo de humillación nacional.
Pero empecemos por el principio. Alfred Dreyfus, nació en 1859 en Mulhouse, Alsacia y fue un militar francés perteneciente a una familia judía que se vio obligada a abandonar tal territorio cuando fue anexionado por Alemania tras la Guerra Franco-Prusiana en 1871. Dreyfus siguió la carrera militar, llegando a convertirse en capitán en 1889 y estaba destinado al Estado mayor cuando en 1894 estalló la causa contra él.
Los espías franceses descubrieron que los alemanes habían recibido documentos secretos entregados por un militar francés y, tras una pésima investigación, se llegó a la conclusión de que el culpable había sido Dreyfus, algo a lo que hay que añadir que la única prueba en su contra era un leve parecido caligráfico y sus orígenes alsacianos (que en aquel momento, como hemos dicho, pertenecía a Alemania). Tras esto, un consejo de guerra lo condenó por traición, siendo expulsado del ejército y enviado de por vida a la famosa prisión de la Isla del Diablo en Guayana, un lugar inhumano del que era prácticamente imposible salir vivo.
Alfred Dreyfus, que era inocente, nunca admitió los cargos por los que fue juzgado y su familia no cejó en el empeño de probar su inocencia, poniendo de manifiesto las irregularidades del juicio. Sobra decir, que tales intentos fueron calificados como meras maniobras de un grupo de presión judío que trataba de desacreditar al ejército y las altas instituciones de la nación. Más tarde en 1895, se renovó al jefe del servicio de inteligencia militar y el nuevo responsable descubrió que el verdadero culpable era el Mayor Ferdinand Walsin Esterházy, y que Dreyfus había sido víctima del antisemitismo del jefe de inteligencia anterior. Pero, Esterházy, protegido por los militares reaccionarios, antisemitas o corporativistas, logo eludir su condena y fue declarado inocente en 1898.
Por otro lado, la opinión pública ya se había dividido, enfrentándose por un lado los partidarios de revisar el caso y los de cerrarlo. Émile Zola y los líderes políticos Jean Jaunrés y Georges Clemenceau encabezaron la defensa de Dreyfus con la publicación en el periódico L'Aurore de una carta abierta del propio Zola al presidente de la República, titulada "Yo acuso", en la que acusaba al tribunal que juzgó a Esterházy de haberle declarado inocente a pesar de conocer su culpabilidad.
Estos hechos están bañados en las aguas antisemitas que fueron inundando poco a poco el panorama hasta desembocar en la desgracia del nazismo que todos conocemos. Por eso, ahora toca hablar de la cuestión base que da pilar a estos hechos: el antisemitismo, lacra que Europa arrastra desde hace ya bastantes primaveras. Pero para el caso, nos centraremos en la relevancia de tal cuestión en el siglo XIX ya que, durante la mitad de este siglo, Europa sufrió una crisis de identidad que dió paso a los nacionalismos culpables de las dos grandes guerras que se librarían más tarde. El populismo, amigo fiel del nacionalismo, buscaba una cabeza de turco y los judíos fueron los elegido, de nuevo, pues se dijo que, por su causa, lo acontecimientos no seguían los cauces debidos.
Este fenómeno se dio principalmente en tres países, El Imperio Ruso, Prusia (Alemania) y Francia.
Los rusos pretendían conformar un Estado basado en la unificación étnica y religiosa, fijando como enemigos a los judíos. Enemigos que pronto serían exportados a países vecinos como Polonia y varias naciones eslavas.
En Alemania, el antisemitismo surge en la época previa a la reunificación de 1870, que tuvo un soporte político e ideológico en la identificación de la étnica y de la nación, donde se culpó a los judíos de haber retrasado este hecho calificándolos como elemento de distorsión. Pero lo más sorprendente fue que este fenómeno se diera en Francia, país que por aquel entonces abanderaba la idea de libertad. Ya sabéis, Francia, Revolución, Derechos del Hombre, lugar en el que se instauran los tres poderes, donde por primera vez se reconoce explícita y legalmente la igualdad de los judios respecto a los demás ciudadanos. Con este panorama se nos hace difícil creer que tuviera lugar el caso Dreyfus, pero había una razón. Tras la derrota de Sedan en 1870, Francia pierde su hegemonía en Europa lo que, a su vez, se traduce en una crisis de identidad. Y ya sabemos qué pasa cuando un país entra en tal crisis. Se hace necesario encontrar algún responsable ya sea interno o externo que deje limpia la conciencia de la gente. La culpa no es mía, es de otros, de los traidores y de los enemigos de la nación. Y en este caso, ¿quién mejor que los judíos? Otra religión, otras costumbres y una vieja tradición de hacerlos responsables de todo: pestes, guerras y desgracias. No hacía falta más.
Por suerte, no todo el mundo muerde los anzuelos que los gobiernos se empeñan en lanzar, pues Zola, provocó más de una quemadura con su carta, en la que no deja títere con cabeza, diciendo asi:
"...Yo acuso al teniente coronel Paty de Clam como laborante --quiero suponer inconsciente-- del error judicial, y por haber defendido su obra nefasta tres años después con maquinaciones descabelladas y culpables.
Acuso al general Mercier por haberse hecho cómplice, al menos por debilidad, de una de las mayores iniquidades del siglo.
Acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas de la inocencia de Dreyfus, y no haberlas utilizado, haciéndose por lo tanto culpable del crimen de lesa humanidad y de lesa justicia con un fin político y para salvar al Estado Mayor comprometido.
Acuso al general Boisdeffre y al general Gonse por haberse hecho cómplices del mismo crimen, el uno por fanatismo clerical, el otro por espíritu de cuerpo, que hace de las oficinas de Guerra un arca santa, inatacable.
Acuso al general Pellieux y al comandante Ravary por haber hecho una información infame, una información parcialmente monstruosa, en la cual el segundo ha labrado el imperecedero monumento de su torpe audacia.
Acuso a los tres peritos calígrafos, los señores Belhomme, Varinard y Couard por sus informes engañadores y fraudulentos, a menos que un examen facultativo los declare víctimas de una ceguera de los ojos y del juicio.
Acuso a las oficinas de Guerra por haber hecho en la prensa, particularmente en L'Éclair y en L'Echo de París una campaña abominable para cubrir su falta, extraviando a la opinión pública.
Y por último: acuso al primer Consejo de Guerra, por haber condenado a un acusado, fundándose en un documento secreto, y al segundo Consejo de Guerra, por haber cubierto esta ilegalidad, cometiendo el crimen jurídico de absolver conscientemente a un culpable.
No ignoro que, al formular estas acusaciones, arrojo sobre mí los artículos 30 y 31 de la Ley de Prensa del 29 de julio de 1881, que se refieren a los delitos de difamación. Y voluntariamente me pongo a disposición de los Tribunales.
En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Las considero como entidades, como espíritus de maleficencia social. Y el acto que realizo aquí, no es más que un medio revolucionario de activar la explosión de la verdad y de la justicia.
Sólo un sentimiento me mueve, sólo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma. Que se atrevan a llevarme a los Tribunales y que me juzguen públicamente.
Así lo espero.
Émile Zola París, 13 de enero de 1898
Sobra decir, que tal escrito, que os trasmito de forma literal, trajo no pocos problemas a Zola llegando a recibir amenazas y siendo condenado por ello al exilio; pero semanas después tal acto dio por fin fruto pues se demostró que el documento que había llevado a Dreyfus a la cárcel era falso. Obligando al Tribunal Supremo a revisar el caso. Mientras, Zola regresó del exilio en 1899, pero no se tomó ninguna medida en su contra. Por otro lado, Dreyfus fue trasladado a Francia donde fue sometido a un segundo juicio con el mismo final que el primero, dado que los tribunales militares eran reacios a corregir su error, alargando la situación hasta 1906, donde Dreyfus, por fin, fue rehabilitado.
Trágicamente, en 1902, Émile Zola muere en extrañas circunstancias, asfixiado en su casa a causa de una chimenea mal ventilada y teniendo en cuenta que había recibido amenazas de muerte por defender a Dreyfus no es descabellado pensar que alguien cumplió su promesa. Aunque esto nunca llegó a probarse. Tales acontecimientos, trágicos por sí mismos, se revisten de una crueldad mayor cuando conocemos la opinión sobre los mismo de una mujer que es considerada una de las grandes escritoras de nuestro país, Emilia Pardo Bazán, quien sin despeinarse y tras conocer los hechos, se mostró a favor de la condena de Dreyfus con esta frasecita: "El pecado de los judíos era subsistir una nación dentro de otra nación (...) Deberían hacer como los fenicios, diluirse en las diversas sociedades. (...) La cruzada contra Dreyfus se explica, y al explicarse, queda medio justificada". Aunque admitamos que la Pardo no era exactamente una señora sensible y amable, pues también tuvo (aparte de alguna que otra polémica previa) sus palabras hacia la muerte de Zola en una carta que dirigió a su amiga Blanca de los Ríos: «La muerte de Zola ha sido bien insípida. ¡Mire usted que calentarse con carbón mineral, la cosa más dañina, un escritor, abogado del progreso, de la higiene, un naturalista!»
Por todo esto el Caso Dreyfus es llamativo ya que enfrenta el odio ciego a la idea de justicia; y es más curioso aún porque nos permite comprobar que los considerados "intelectuales" a veces no son mejores que el ciudadano que no porta tal título. Zola luchó por la justicia y la lógica que le decía que tal condena había sido injusta, creando lo que hoy conocemos como intelectual comprometido. Figura que con los años ha ido degenerando hasta llegar a lo que hoy conocemos como artistas que más que por su lógica se guían por la ideología que nos venden políticos con una indigencia mental mayor que la que padecen los que les siguen. Y que, como siempre, siguen buscando chivos expiatorios sobre los que volcar la responsabilidad de sus propios actos, haciendo que el pueblo vierta su ira contra quien es ageno a la situación que se enfrenta.
Y en cuanto al antisemitismo, no nos engañemos, sigue en este presente nuestro tan vivo como pudiera estarlo en el siglo XV o el siglo XX, solo que ahora es más disimulado pues no se dirige contra ellos directamente sino contra el país en el que residen, Israel. El gran culpable de todas las desgracias que tienen lugar en Oriente Medio para los que no ven que su única pretensión es su defensa. Aunque para la mente ociosa y vacía lo fácil es ver lo blanco, blanco y lo negro negro, pero quien va más allá distingue los grises y en esos tonos es donde estaba la inocencia de Dreyfus, el orgullo herido de quienes le condenaron y la honra de un país frustrado tras perder una guerra.
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